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La tarde era un remanso en el valle norte. Las reses pacían relajadas bajo la mirada de Jeff y Jack,
ambos bajo la sombra de un árbol en un punto elevado.
La visión de esa mañana en el pueblo parecía no querer irse de la cabeza del muchacho. Tenía
memorizados todos y cada uno de los movimientos y ademanes que Mary había hecho durante
la corta conversación callejera.
Confiando en la vigilancia de Jack, se recostó sobre la montura que había quitado a su caballo
para que descanse y se quedó dormido unos instantes.
Habría sido esperable que en su leve sueño apareciera persistente la hija del banquero, pero no
fue así.
En su lugar su visión fue la de un anciano nativo que le saludó llevando una mano al corazón y
extendiéndola luego hacia él.
Con una voz pausada y tranquila le dijo:
- Tu destino está en el río que lleva el sol bajo sus aguas. Ve en busca de tu oro y, lo más
importante, suceda lo que suceda, escucha tu corazón.
El cambio
Jeff abrió los ojos confundido, sin saber donde estaba.
Echado a su lado, Jack jadeaba tranquilo sin quitar la vista del ganado que pastaba en silencio.
La visión había sido tan real como nunca le había sucedido en sueño alguno.
Esa noche habló con Ben Doyle y le explicó que necesitaba saber el significado de esa visión.
Contaba con unos pocos dólares ahorrados y había decidido ir en busca del oro.
De nada sirvieron los intentos del capataz por convencerlo, el joven tenía decidido partir en la
mañana temprano, antes del amanecer.
Mr Doyle apretó fuertemente su mano y le hizo prometer que si necesitaba algo en el futuro
retornaría al rancho. Luego se fue a su cuarto y regresó con un pequeño rollo de billetes,
“pensaba comprar otro caballo – le dijo – pero prefiero que te los lleves”.
Ambos se retiraron a descansar. En la madrugada, el muchacho partió con su caballo seguido
por Jack. Se detuvo a unos 200 metros sobre una colina y miró de nuevo al rancho donde todos
dormían. Luego se alejó al galope y se sumergió en la oscuridad.
El color del verdadero oro
Había oído que un hombre de Oregón llamado Benjamin Wood había descubierto oro en Woods
Creek, a una milla de Jamestown, en California. Y hacia allí se dirigió en su largo viaje.
Su capital ascendía a unos 200 dólares entre sus ahorros y el dinero que le había obsequiado Mr Doyle.

