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había llegado al pueblo buscando trabajo.
        Desde los 15 años se las había arreglado solo. Sus padres dejaron huérfanos a él y a tres
        hermanos, víctimas de una peste en el condado de donde provenía.


        Mary Fischer, la hija del banquero, cruzó la calle en dirección a la oficina de su padre cuando una
        vecina, muy bien vestida, la detuvo para saludarla.
        - querida, cómo está tu padre?

        - buenos días señora Alanson, muy bien gracias - se alcanzaba a oír a lo lejos.
        Desde su posición, al pié de la carreta, Jeff se quedó observando en silencio.
        Mary llevaba un vestido impecablemente blanco y una sombrilla del mismo tono.
        Cubría su cabeza con un sombrero celeste claro, como sus ojos, por cuyos lados escapaban unos
        brillantes rizos rubios.
        Las cintas del sombrero recorrían unos pómulos y mejillas tan perfectos que parecían hechos
        de porcelana, para amarrarse en forma de moño bajo el mentón, femenino y delicado como el
        cuello de un cisne.
        El ceñido de la cintura parecía extremo al contrastar con la campana de la falda.

        Al conversar con esa señora, su pequeña boca se expandió en una sonrisa brillante y perfecta.
        El joven vaquero la observaba enmudecido. Sus ojos de un intenso verde pradera parecían brillar
        más de lo habitual, contrastando con el sombrero negro y la tez bronceada por el sol.
        Quizás haya sido ese fulgor el que hizo que, en un brevísimo giro de cabeza, Mary percibiera la
        mirada indiscreta, lo que la puso algo nerviosa, se notaba a la distancia al ver la forma en que
        terminó de despedir a su vecina.
        Al alejarse hacia el banco, volteó una vez más de manera instintiva. Avergonzado, el muchacho
        bajó rápidamente la cabeza para esconder su mirada bajo el ala del sombrero vaquero.
        vas a terminar de cargar los sacos? - interrogó la voz del tendero asomándose al exterior del
        negocio
        - sí señor Jacobson - respondió él

        El tendero se adentró en el comercio meneando la cabeza de lado a lado en un suspiro. Y es que
        desde su llegada al pueblo, el joven trabajador se quedaba paralizado cuando Mary cruzaba hacia
        el banco. Aunque esta era la primera vez que ella se percataba de su existencia.


        La visión

        Ya en el rancho, y luego de descargar la carreta, Ben Doyle, un hombre rubio y robusto de tez
        rojiza que hacía de capataz, le dijo - Jeff, luego del almuerzo irás al valle norte a controlar los

        partos- .
        Mr Doyle había adoptado a Jeff como a un hijo desde que llegó al rancho. De modo que,
        habiendo trabajado duro en la carga y descarga durante la mañana, le pareció justo que en la
        tarde hiciera un trabajo pasivo y relajado.
        Eran tiempos de nacimiento de becerros, y había habido problemas con los coyotes. Jeff era
        hábil con el rifle y, aunque no le gustaba disparar a los animales, apuntando al suelo tenía la
        capacidad de dar a centímetros de sus patas. Los predadores lo conocían y se mantenían lejos
        cuando era él quien vigilaba.
        Acompañaba a Jeff desde hacía varios años un perro mediano, similar a un collie de la frontera,

        al que llamaba Jack. Entre los agudos sentidos de Jack y la habilidad con el rifle de Jeff, los
        becerros recién nacidos estaban a salvo de los coyotes.
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